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Comitivas invisibles - Antologia de Minificción


 
COMITIVAS INVISIBLES
Cuentos breves de fantasmas
Buenos Aires, 2008

La editorial argentina Desde la gente entregó a sus lectores la antología internacional de minificción "Comitivas invisibles / Cuentos breves de fantasmas" que incluye textos de James Joyce, Enrique Anderson Imbert, Thomas Browne, Arthur Conan Doyle, Gesualdo Bufalino, Juan José Arreola, Virgilio Piñera... entre otros autores consagrados y junto con ellos textos de los colombianos Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo, Humberto Senegal, Gustavo Tatis Guerra y Carlos Castillo Quintero.

La compilación estuvo a cargo de RAÚL BRASCA y LUIS CHITARRONI.

Esta es una muestra (breve, por supuesto)...



CUENTO DE HORROR
Juan José Arreola,
Palindroma, México

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.



CONFESIÓN
Marcial Fernández,
Andy Watson, Contador de historias, México


A Francisco Cervántes, i.m.

Los fantasmas no asustamos a la gente. Somos, por el contrario, amables y hermosos. Pero nadie nos ve.



REGRESO DEL DOLOR
Gonzalo Arango
 De: Rev. A la topa tolondra, Colombia

Aunque no la conozco ni la había visto nunca en mi vida, pienso que estará turbada por otras razones ajenas a la muerte del tipo, muerte que sólo a mí me concierne.

La gente se dispersa asqueada por los despojos triturados del muerto, y ese sol que pronto lo pudrirá. La mujer y yo quedamos junto al cadáver abandonado.

-Haga algo por él, usted que puede -dice con voz trémula.

Esa voz me conmueve por la cantidad de amor y de dolor, como de nostalgias y de esperanzas rotas.

Soy el único que puedo hacer algo por él -digo-. Y agrego -:Yo traté de ayudarlo, pero fracasé.

La mujer se aleja. En sus pasos descubro el cansancio y el peso de una desesperación superior a sus fuerzas, pero no puedo ayudarla.

Sin más esperanza recojo mi cadáver y me marcho con él. 



HOMBRE EN EL UMBRAL
Carlos Castillo Quintero,
Los inmortales, Colombia

Con la sensación del agua tibia deslizándose sobre su piel, la mujer, desnuda, sale del baño y frente al tocador se contempla, se reconoce bella, espléndida en su desnudez.

El hombre, parado en el umbral, la mira.

Ella se perfuma y un aroma de selva llena la habitación; cada movimiento de su mano entreabre su cuerpo, insinúa lo que viene. Los senos firmes sienten la caricia y se impacientan. Como para distraerse peina el ondulado manantial que llega a su cintura; de sus ojos azules brota el oscuro fuego que la embarga.

El hombre parado en el umbral, la mira.

Ya vestida, su desnudez es mayor. Bajo la bata ceñida sus caderas auguran abismos. Sin prisa, se prepara una bebida, mira el reloj y en el lecho se abandona.

Es bella piensa el hombre, y es mi esposa.

Una vez más vuelve a sentir el deseo pertinaz de poseerla. En ese momento alguien entra a la casa, la mujer sonríe complacida. Tiene llave propia, piensa el hombre y lo ve subir, la ve arrojarse en brazos del intruso.

El hombre parado en el umbral, la mira, los mira y nuevamente maldice su maldición de fantasma.


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