Carlos Castillo Quintero
UPTC, 1994
Agreste, licenciosa, pasas la vida
sin pensar si sueñas
o en realidad gozas las formas de tu noche.
Y eres así:
no más imaginarte para huir
y penetrar la rosa que escondes
en la certeza de tu cuerpo.
Agreste, licenciosa, te llamas Ifigenia,
te dicen Emilce
te dejas decir-coger sin desear ni adornar
nada las cosas,
sin recordar, siquiera, la condición de tu cuerpo.
Pasas la vida usando, apenas un poco,
el reverso luminoso de las horas.
BURDELIANA III
Sobre el lecho,la desnudez soporta el tatuaje
la huella caliente de manos cumplidoras
consumando oscuros compromisos.
Y dentro,
se va presintiendo el torrente
que lo inunda todo
y no deja de ser placentero
sentirse mojado de hombre,
humildemente entregado
a la locura de tomar aquello que
no me pertenece.
1
Caballero mío:
En esta ciudad ayer llovió,
de las montañas comenzaron a bajar barquitos de papel
montados sobre la lluvia.
Estuve pendiente por si veía tu bandera de pirata.
Ninguno naufragó
tuve que reconocer
que no habían sido construidos por tus manos.
2
Hasta mis gastadas sábanas llegan noticias:
dime, es cierto ese rumor que se expande en la noche,
que te has ido, que no recuerdas mi nombre ni mis labios,
que ya no juegas con la lluvia
y que te cortaste la barba.
En esta ciudad ayer llovió, y como siempre
fui a las montañas y envié barquitos de piel
a tu encuentro:
todos naufragaron sin la bondad de tus lágrimas.
A, Gustav Von Aschenbach

1
Arribaste pronto
para la agilidad de los ojos y la piel.
Sentí tu enorme presencia poseyéndome,
intimidando mi cuerpo con palabras-sabores-palabras
que me recorrieron hasta hacerme tuyo.
Llegaste cuando apenas comenzaba mi sol interior
y te recibí, confundido y noble, como un perro
ante el pan nuevo que le ofrece un nuevo amo.
2
Me gustabas ensimismado sobre la playa de mi cuerpo
y solo,
resueltamente solo en tu corazón.
...Y tus labios besaron la apetecida muerte
mientras deshacía en el mar mi cuerpo de rapaz
y penetraba el cercano rumor de las olas.
Cadenas para sentir
mientras me consumes, ebrio,
nervioso por la exactitud de los cuerpos.
Cadenas en los labios
para evitar la torpeza de ofenderme
por la simplicidad de tu miedo,
tu pudorosa sensación
de que mi cuerpo pueda causarte daño.
Vivo noches,
compartiendo con obtusos contendores
sin evitar el rincón oscuro que siempre he temido:
la atrocidad de los cuerpos
deformados por el alcohol o la risa.
Vivo, perteneciendo a quien recoja mis labios
o pague alguna cuenta de las que corresponden
o, simplemente, me sonría de esa forma que sé
y no puedo resistir.
Te repito que vivo,
para que no vayas a pensar,
que este recorrer de calles y de camas,
este esfuerzo por presentarme siempre bello,
para que no vayas a pensar que esta soledad
no puede parecerte vida.
© Carlos Castillo Quintero
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