Emil Nolde, "Máscara Naturaleza Muerta III", (1911)
Óleo sobre lienzo. 74 x 78 cm., Atkins-Museum, Kansas City
Óleo sobre lienzo. 74 x 78 cm., Atkins-Museum, Kansas City
Por: Carlos Castillo Quintero
Entre el insomnio y la
lectura días atrás se me cruzó la frase “Sobre Hitler no se me ocurre nada”, atribuida
al escritor vienés Karl Kraus, y pensé: a mí tampoco. En un marco provisional,
a mi lado, colgaba una fotografía de Lucho Buitrago en la que este artista
visual retrata un listón que adosado a una pared de adobe sirve de escaparate
para que reposen allí 16 machetes y un escoplo. Los machetes están bien
organizados, en un orden marcial, y en sus hojas se refleja un trasegar del que
es mejor no preguntarse. El escoplo, que es una herramienta de hierro acerado,
con mango de madera, de unos cuarenta centímetros de largo, con la punta cónica
y afilada, está ubicado a distancia prudencial de los machetes lo que le
concede, en ese conjunto, un aire aristocrático. Una toma limpia y, sin duda,
una buena fotografía.
La
frase de Karl Kraus y la fotografía de Lucho Buitrago me apartaron de la
lectura, adentrándome en una reflexión que tiene que ver con el sentido del
trabajo del artista y, por ese camino, con ideas quizá ya anacrónicas de lo que
hace unas seis o siete décadas se rotuló como Arte comprometido. Y no es que Kraus, quien en 1899 fundó el diario
satírico Die Fackel (La Antorcha) del
que hasta 1935 aparecerán novecientos números, no tuviera nada que decir sobre
Hitler; más bien —creo yo— no le interesaba hablar sobre aquel abyecto
personaje, y estaba en todo su derecho (en 1919 había publicado una colección
de ensayos en contra de la guerra).
Si
un artista en su obra hace referencia directa al conflicto que lo circunda, se
dice que ha hecho una toma de posición. Si no lo hace, es posible que se le
tache de indiferente, falto a la ética, sin compromiso social... o que simplemente
sus pares lo señalen como un cobarde. Así, los primeros, es decir los comprometidos, en contraposición a los
segundos serán entonces los valientes. Pero como decía un paisano mío: “Corra
hombre que de valientes está lleno el cementerio”, y corría, pero la Señora
Muerte —así la nombra Bukowski— fue más veloz y allá lo tiene, tendido, al lado
de los valientes. Qué le vamos a hacer.
Quise
pensar en la fotografía como en el retrato de un simple escaparate en donde se
guardan las herramientas terminada la jornada, pero no pude. Mi ancestro
campesino, y mi propia experiencia en las lides agrícolas, me decían que esos
16 machetes y el escoplo (éste, sobre todo) hacía rato servían a otros
propósitos. Así, con esa pequeña lámina colgada en mi pared, el fotógrafo
estaba pagando su importe como artista comprometido. ¿O quizá era mi ojo el que
se empeñaba en ver algo que no estaba retratado? Vaya uno a saber.
En
el primer caso Luis Buitrago, el fotógrafo, bien podría decir junto con Bertolt
Brecht: “...A mí / que soy consciente de
haber dicho la verdad / de los que nos gobiernan, el pájaro fúnebre no necesita
/ ni siquiera anunciármelo” y se refiere el poeta alemán al desastre, a la
guerra de Hitler que en su obcecación quería arrasar con todo y con todos. Así,
resulta válido para la poesía la idealización a través de la imagen y, con
ella, la repulsa a lo que le es adverso o ignominioso. Sin embargo, cabe
preguntarse: ¿Por qué no desentendernos de la guerra y del conflicto? ¿Por qué
no ignorar a Hitler y a sus émulos del siglo XXI, a los guerreadores y
bellacos? Diría yo que es mejor escribir, por ejemplo, sobre lo incómoda que
resulta en los aviones la presencia de “esos
diplomados en empresariales con sus caras / blandas y complacientes, /
entrenados para intercambiar, entre ellos, / y entre los demás pobres mortales,
sus negocios...” . Para qué replicar por las infamias que hay en derredor
si están aquellos referidos viajantes de comercio, a quienes es necesario
preguntarles: “¿Por qué no se quedan en
casa y se dedican a cuidar / a sus abandonadas esposas y a su bobalicona
progenie / idiotizada de tanto ver televisión...?” John Updike, en los
versos antes anotados, ya lo hizo.
El
poema de Updike al parecer se ocupa de un asunto intrascendente, no se
compromete, no se enfrenta a alguno de “los muchos problemas de la humanidad
sin resolver” y entre los más urgentes la guerra, tema recurrente en Brecht. En
este punto quizá resulte oportuno —para acercar el péndulo hacia la propuesta
poética de Updike— recordar al maestro
Estanislao Zuleta hablando sobre la guerra: "Pienso que lo más urgente
cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter
y las posibilidades de este combate [...] Para combatir la guerra con una
posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que
el conflicto y la hostilidad, son fenómenos tan constitutivos del vínculo
social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad
armónica es una contradicción en los términos". Y quizá la posición de no
contradecir a nadie no venda pero, en algunas ocasiones, resulta válida,
incluso trascendente. Una posición no comprometida en el arte —si es que es
posible— quizá sólo sea la aplicación práctica del enunciado de Rodolfo Llinás
referido por García Márquez y según el cual “El cerebro es una máquina para
soñar”. Y se sabe que los sueños trazan caminos, baste recordar al innominado
forastero de Las ruinas circulares de
Borges.
Estas
reflexiones, la fotografía de Lucho Buitrago y el insomnio, me llevaron
nuevamente a la interrumpida lectura. Se trataba de un compendio de diez
miniaturas de crítica de arte escritas por Lucas Ospina. La que había capturado
mi atención y en donde se cita la frase de Karl Klaus sobre Hitler termina así:
“Sobre los paramilitares no se me ocurre
nada. Sobre los guerrilleros no se me ocurre nada. Sobre el gobierno no se me
ocurre nada. Sobre los medios no se me ocurre nada.” A mí tampoco.
Termino
por donde comencé, es decir por el título: ¡Aquellos
que no piensan como nosotros están locos!, frase del Emperador Justiniano I
El Grande en un texto en el que se refiere a la Santísima Trinidad . Disiento
del Emperador (hoy venerado como santo por la Iglesia Ortodoxa) y de todos
aquellos que se atenazan en sus posiciones —de izquierda, de derecha, o
intermedias— y me quedo con los locos,
con los no comprometidos, con los que les hacen poemas o minificciones a las
señoras muertas que en los aviones, con discreción, acomodan al lado de los
inocentes viajeros como en Servicio a bordo,
uno de los cincuenta agujeros negros de Roberto Rubiano Vargas. Y no estoy
loco, creo.
* * *
Publicado en El Diario, "Libro de Arena"
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