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Lanzamiento de Espiral al Sur y otros relatos de la noche

 Foto de la carátula © Juan Osorio

Este jueves 26 de septiembre de 2013, a las 6:00 p.m, en el Auditorio Mutis, de la Universidad del Rosario. Calle 12C, No. 6-25. Bogotá D.C., se lanzará "Espiral al Sur y otros relatos de la noche", libro de Carlos Castillo Quintero, que será presentado por el escritor Roberto Burgos Cantor. Esta serie de relatos obtuvieron el Premio al mejor Libro de Cuentos CEAB 2012.

Aquí uno de los cuentos de este libro...


Una estación
Tu resteras hyène.
Arthur Rimbaud, Una temporada en el Infierno
I
Por su ruido sé que la calle sigue allí y me asusta. Ruido no, debería haber dicho “murmullo”. Sí, me da miedo el cuchicheo que surge de una esquina en la que no hay nadie (en la que no se ve a nadie), las voces fantasmales que se mezclan con el pavimento, el eco ciego de una sirena a lo lejos. Prefiero estar aquí, desnudo, aguardando. En el techo hay un espejo que refleja mi desnudez. Temo que ese espejo se desprenda y caiga sobre mí. Que mi cuerpo se precipite sobre mi cuerpo. En las paredes también hay espejos. La habitación es un cubo de azogue que se reproduce. Soy una serie infinita de hombres desnudos que aguardan.
La puerta se abre y entra ella. Tengo la sensación de haberla visto antes. Digo “antes” para decir en otra vida, en otro tiempo. (¿Otra vida?... ¿otro tiempo?, me basta con esta noche). Es una mujer blanca, atlética, de cabello corto y me recuerda a la protagonista de una película de terror-extra-terrestre. Está desnuda, y su desnudez es una legión de hembras en celo que caen sobre los hombres desnudos. Veo sus cuerpos trenzados rodando por el techo y las paredes. Se besan. Se lamen. Sudan. El miembro flácido de los varones ridiculiza la escena, y las mujeres se impacientan. Ella me mira, sonríe, se burla de mí. En un acto reflejo, con la mano abierta, la golpeo en el rostro. La escucho chillar y la golpeo de nuevo. La veo sangrar. Los hombres lucen ahora un pene monumental y, en grupo, toman a la mujer y la montan. Ella no para de chillar. Siento que mi semen inunda su intestino. Siento que la amo y que ella me ama.
Con una toalla húmeda limpia mi mano untada de su sangre, limpia mi badajo untado de sus entrañas. La tomo de las orejas, la acerco, y chupo el hilo escarlata que mana de su boca. Chilla de nuevo. Sin soltarla la conduzco hasta mi pene y hago que me chupe. Le imprimo ritmo, hasta que de nuevo mi semen la invade. “Te amo”, dice ella, se levanta y sale. La habitación es un abismo. Los hombres de azogue me rodean, me provocan más miedo que los murmullos de la calle. Ese es el trabajo de esta mujer, y lo hace bien.
II
«Seguirás siendo hiena… grita el demonio que me coronó con tan graciosas amapolas…» dice, y su voz me encanta aunque no entiendo lo que dice. Él es así: encantador y complicado. Sus ojos verdes miran la madera del techo como si seres diminutos habitaran en esos listones. A pesar de ser casi un niño, su porte es el de un hombre mayor: alto, serio, vestido casi siempre de saco, chaleco y corbatín. Está tendido sobre la cama, junto a mí. «Gánate la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales», su voz (su encantadora voz) suena ausente, como si no le perteneciera. Quiero verlo desnudo, quiero besarlo, precipitarme sobre su cuerpo vegetal oloroso a leche recién ordeñada pero no me lo permite; tampoco soporta la desnudez. Llega de la noche, me busca, paga lo que corresponde y entramos a la habitación. Sin desvestirse se tiende sobre la cama, me pide que me recueste a su lado y comienza a pronunciar frases extrañas que en sus labios suenan como una canción. De vez en cuando mira las paredes, asustado, como si alguien nos acechara. Mira el techo, cierra los ojos, vuelve a mirar las paredes, cierra los ojos, acaricia mis mejillas y, de repente, me toma de las orejas y me besa, suave, como besaría un ángel. “Te amo”, dice, abre los ojos, se levanta y sale. La calle se lo traga. Eso es todo. Me gusta que me diga “te amo”, me gustan esas palabras vacías en sus labios. “Te amo, Arthur”, digo, pero él ya no me escucha. Mi voz es un murmullo que se estrella en el pavimento y muere.

* * *
(De: "Espiral al Sur y otros relatos de la noche")


Derechos reservados
© Carlos Castillo Quintero

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